Nos lavamos para eliminar suciedad (que se adhiere a la piel, ya sea porque es grasa o por el contacto con el sebo —que es graso— y el sudor) y el mal olor (producido por sustancias volátiles que genera la actividad biológica en la superficie de la piel, sobre todo la de los microbios). Al lavarnos, causamos una cierta alteración del "ecosistema" cutáneo, que vuelve al equilibrio al cabo de un rato. En general, la cultura en la que vivimos nos hace pensar que hay que lavarse muy a menudo. Para minimizar tanto la alteración de la piel como el consumo de recursos naturales, es conveniente poner un límite a la frecuencia con que nos lavamos.
Si procuramos ensuciarnos menos necesitaremos menos jabones.
Analicemos qué naturaleza y necesidades de limpieza tenemos para decidir con qué frecuencia nos duchamos y lavamos la cabeza.
Elijamos productos de cosmética natural siempre que podamos.
Para que los reclamos engañosos no nos engañen, aprendamos a entender algo las etiquetas de los productos de higiene.
Empresas y organizaciones del sector: Dr. Hauschka, Cosmètics Giura, Henkel, Laboratorios Alter, Puig, Weleda, Asociación Nacional de Perfumería y Cosmética;
Centros de investigación: Facultades de Medicina y Farmacia de la Universidad de Barcelona;
Expertos: Mercedes Berlanga, Ignasi Dies, Laura Lacueva, Marc Julià, Martí Saurí;
Organizaciones: BDIH, Biocultura, Biofach, Ecocert, Ecoviure, Greenpeace, Natrue, Soil Association;
Revues: Folia Dermatológica Peruana, The Ethical Consumer.