En diversas zonas del mediterráneo, como ocurre en el levante
y el
sur de España por ejemplo, podemos encontrar un pueblo entero pintado
de color blanco, de manera que el sol se refleja en las paredes de las
casas manteniendo los hogares frescos durante el verano.
En
Chefchaouen, ciudad situada en el norte de Marruecos, el color blanco
se mezcla con una gran diversidad de azules. Con la llegada de
población judía a partir del año 1930, el tradicional color verde de
las casas –el color del Islam- se sustituyó por el azul para ahuyentar
a los mosquitos, ya que éstos huyen por la sensación de frío que les
provoca este matiz.
La misma técnica de utilizar el color
blanco para conseguir un ambiente más refrescante se emplea en lugares
de toda la cuenca mediterránea como Alberobello (Italia) o Grandola
(Portugal); en otros como Sidi Bou Said (Túnez) o Mykonos y Santorini
(Grecia) el blanco se combina también con el azul.
Todos
estos son ejemplos de cómo la arquitectura mediterránea se ha servido
tradicionalmente de estos colores -el azul y el blanco- para
proporcionar, por un lado, un ambiente más refrescante y por otro,
jugar un importante papel en favor de la salud pública ayudando a
mantener alejados a los mosquitos durante la época estival.
Tanto
esa así, que esta técnica ancestral propia de la arquitectura
tradicional mediterránea ha servido como fuente de inspiración a la
iniciativa Cien
Ciudades de Blanco.
El Nobel de física y Ministro de Energía de Estados Unidos, Steven Chu,
plantea pintar de blanco o colores claros los tejados de los edificios
para luchar contra el cambio climático. La propuesta de Chu está
inspirada en el trabajo de Art Rosenfeld (ingeniero experto en
eficiencia energética y miembro de la Comisión de Energía de
California) quien junto a otros dos colegas físicos calcularon que
cambiar los colores de las superficies en cien de las mayores ciudades
de las regiones tropicales y templadas del planeta ahorraría el
equivalente de 24.000 millones de toneladas de dióxido de carbono.