CISTERNAS LLENAS, PUEBLOS VACÍOS
¿Qué tal tu prima? La industria láctea, crecientemente concentrada, ha jugado un papel clave al pagar a los ganaderos en base a primas de volumen y calidad. Las de calidad premian (con un precio por litro superior) la cantidad de grasa y proteína ya que implica más posibilidades extra a la industria (mantequillas, natas…). Las primas de volumen significan pagar más por litro a quien produce más litros. Desde la industria se justifican estas primas por la necesidad de asegurar el abastecimiento y de compensar los costes de recogida. Desde las agrupaciones de pequeños ganaderos se responde que en Europa sobra leche (por eso hay que poner cuotas máximas) y por tanto no hay peligro de desabastecimiento, y que la diferencia de costes de recogida es en torno a 2 pesetas por litro pero no 12 o 13 como alcanzan las primas. De hecho atribuyen las razones ocultas de las primas de volumen a una estrategia para romper la capacidad de negociación de las cooperativas ganaderas y aumentar márgenes del negocio.
La búsqueda de altos niveles de grasa y proteína y de grandes volúmenes contribuye a impulsar el modelo ganadero intensivo, que como hemos visto presenta unas características desfavorables para las pequeñas explotaciones. Si a esto le añadimos que estas explotaciones, por su pequeño volumen, reciben menor precio por litro, su supervivencia se dificulta muchísimo.
Calcio para todos Se nos ha dicho tanto que el calcio de los lácteos es necesario en la dieta que la leche y los yogures se han convertido en productos que se consumen varias veces al día. Así se aseguran altos niveles de demanda y una concepción generalizada de la leche como producto estándar. En España se consumen 105 kg de leche y derivados per capita anualmente, más que el total de frutas frescas y el doble que de hortalizas.1
Políticas agrarias Tanto las europeas como las españolas han favorecido un modelo intensivo de grandes explotaciones, por ejemplo subvencionando la producción de algunas materias primas para piensos o dando facilidades a las grandes explotaciones para absorber cuota de producción (las medidas más recientes parecen querer revertir esto pero su efectividad es aún una incógnita). Todo ello enmarcado en un discurso de falta de competitividad de la pequeña explotación familiar.
Especulando No hay vacas que pastando generen suficiente rentabilidad económica para competir con el dinero al contado que supone vender el prado a una inmobiliaria para construir chalés de fin de semana u hoteles de verano
Desprecio social por la profesión agrícola y ganadera Algunos hijos de ganaderos que hemos conocido escondían en el colegio la profesión de sus padres. Una gran parte de los hijos de ganaderos comienzan su carrera laboral en la construcción o la hostelería.
Discurso productivista El imaginario del “más es mejor”: grandes vacas de muchos litros, grandes establos, grandes tractores… Por otro lado las frecuentes visitas a las granjas de comerciales de las empresas de medicamentos, piensos, semen… con la tarjeta de “tenemos la solución rápida y cómoda, aquí y ahora”.
“Pienso” luego existo La expansión de la producción industrial de piensos es clave en el proceso de intensificación. Un caso significativo es el de la soja, que era una legumbre (rica en proteína vegetal, buena para incrementar la producción de leche de las vacas) desconocida en Occidente durante siglos. Hoy por hoy es uno de los motores del agronegocio mundial. Varios países entre los que destacan EEUU, Argentina y Brasil se han especializado en la producción y exportación de volúmenes millonarios de soja para elaboración de piensos. La soja es uno de los cultivos en los que la agricultura transgénica se encuentra más desarrollada y en los que la concentración oligopólica de las multinacionales se hace más patente. En España entran anualmente seis millones de toneladas de soja y maíz transgénico de los cuales un 80% se destina a piensos.2 Por tanto, hoy por hoy gran parte del ganado español tiene transgénicos en su dieta. La expansión del modelo de la soja transgénica presenta una doble cara de graves consecuencias en países productores y consumidores.
Al final de todo este proceso encontramos miles de pequeñas y medianas explotaciones que abandonan el sector anualmente, pese a ser las que fijan más población en muchas áreas rurales; en doce años se han reducido en más de un 73%; la cuota de producción media por explotación ha aumentado en tan sólo cuatro años un 40%. Si bien el proceso es generalizado, hay una marcada diferencia entre zonas en cuanto a grado de intensificación; el tamaño medio de una explotación en Valencia es más de 9 veces el tamaño medio en Galicia.
Como consecuencia sobreviene una ganadería que pese a dar empleo a mucha menos población produce globalmente la misma cantidad de leche que la ganadería extensiva3 aunque de calidad dudosa, rentabilidad y productividad relativas, y con un impacto ecológico importante. De este modo el proceso de intensificación se convierte en un motor de la despoblación rural, y por tanto de un territorio desequilibrado, de una alimentación de baja calidad, de unas ciudades superpobladas y desagradables y de una pérdida de soberanía alimentaria.